sexta-feira, junho 28, 2013

Se derrumba el mito brasileño

Diario La Razón http://www.razon.com.mx/spip.php?article176985

Se derrumba el mito brasileño
Gerardo De la Concha
Lunes, 17 de junio de 2013 / Francisco

Las manifestaciones populares de Sao Paulo y Río de Janeiro —originadas por un aumento en el precio del transporte público— se han extendido a todo el país. Cien lesionados y doscientos treinta y cinco detenidos es el saldo de la primera protesta, lo que suma ahora el rechazo a la violencia policial.
Este lunes se espera una concentración grande en Sao Paulo a pesar de la celebración de la Copa Confederaciones, un preámbulo al próximo mundial de futbol a celebrarse en Brasil, el cual es el acontecimiento deportivo que, junto con los Juegos Olímpicos, se proyectó como un símbolo del auge brasileño.
Si bien en las manifestaciones se han infiltrado miembros del grupo anarquista Black Boys quienes no dudan en realizar actos vandálicos, los medios brasileños han documentado los excesos de violencia policial por parte de un gobierno de izquierda —el de Dilma Rousseff— que no dudó en agredir universitarios, mujeres y obreros, aunque la presidenta ha intentado deslindarse de los hechos. Media docena de reporteros fue apaleada a pesar de identificarse como periodistas.
La realidad es que la actual movilización antigubernamental expresa un malestar social efectivo en el cual se mezclan los defectos del actual sistema económico, la enorme corrupción del Partido del Trabajo (PT) gobernante y la ausencia de una estrategia para incorporar al desarrollo a amplios sectores juveniles de la población.
La economía brasileña lucha ahora contra la estanflación, pues crece a un ritmo de 1.6% y la inflación es ya de 7% y sigue aumentando, mientras el motor de la economía —las exportaciones de materia prima a China— comienza a desacelerarse. Por su parte, la fórmula de mantener altas las tasas de interés para contener la inflación ha dejado de funcionar.
Petrobras —parte del mito brasileño— empieza a mostrar signos negativos a pesar de su apertura a la iniciativa privada —mientras su fuerza de trabajo cuesta el 16 por ciento del gasto por millón de barriles producidos, por la misma producción la fuerza de trabajo de Pemex cuesta tan sólo el 4 por ciento—, como reflejo de la corrupción petista.
Desde 2005 hay fuertes denuncias sobre la corrupción del gobierno de Lula de Silva. Sin embargo, una buena estrategia de relaciones públicas internacionales, el vacío continental dejado por México durante los gobiernos panistas —especialmente con Felipe Calderón que nos hundió en una guerra absurda subordinada a Estados Unidos— y una supuesta política exterior independiente —en realidad sometida al eje antioccidental formado por China, Rusia e Irán— tendieron una cortina de humo sobre la descomposición gubernamental brasileña.
La imagen de la izquierda “buena” representada por Lula da Silva se ha demolido primeramente al interior de Brasil e, inevitablemente, también fuera de sus fronteras. Desde el grotesco enriquecimiento de su hijo Fabio Luis Lula da Silva, quien es ahora dueño de una hacienda ostentosa, hasta el caso del publicista Marco Valerio quien lavaba el dinero defraudado por su gobierno –como se ha demostrado con sus altos funcionarios en una investigación judicial que cada vez se acerca más a la responsabilidad del propio ex Presidente—, hasta los sobornos pagados por el gobierno de Lula a congresistas opositores, la corrupción del PT gobernante se ha convertido en un factor indudable del malestar social que alimenta las manifestaciones de protesta. Un ejemplo de ello es lo declarado por Marcos de Antonio, un manifestante que se gana la vida como agente inmobiliario: “No aguantamos más la corrupción, los problemas en el sistema de salud, la falta de educación…El billete del autobús es sólo la punta del iceberg” (El País,
15/6/2013).
Un problema de fondo es la sobrerregulación de la economía brasileña. Esto le disminuye competitividad, así como la conversión de la administración pública en un sistema gerencial enredado en un caos de reglamentos y exceso de burocracia —un mal semejante ha sido heredado por el panismo al actual gobierno de Enrique Peña—, como fuente privilegiada para la corrupción. México, que tiene un 10% en Índice de Desarrollo Humano (IDH) por encima de Brasil y un 50% menos de homicidios respecto a este país, debe tomar lección de los errores estratégicos cometidos por los brasileños en su camino para convertirse en una potencia emergente: basarse sobre todo en la exportación de materias primas; unirse a un eje antioccidental en su política exterior; no realizar los cambios estructurales para una economía realmente liberal; no contar con una política juvenil y amparar la corrupción del grupo gobernante sustentada básicamente en la
sobrerregulación.
Por lo pronto, Brasil ya no puede presumir ser el modelo de referencia en América Latina ni a Lula da Silva se le debe considerar un símbolo digno de ser imitado. La primavera brasileña está derrumbando el mito.

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